Estaba allí, en la misma mesa cerca de la ventana, tomándose lo mismo de siempre, un café bien cargado con sacarina, tardaba en acabárselo entre que examinaba finamente el periódico unos 22 minutos. Lo justo para darme cuenta durante días de que era increíblemente especial. No me parecía una chica excesivamente hermosa, tenía la nariz pequeña, unas mejillas prominentes, los ojos hundidos y una mirada profunda, nunca llegué a mirarla fijamente a los ojos, pero lo sabía por como la miraba la gente, como cuando sigues mirando a unos ojos imaginarios unos segundos después de que te giren la mirada. Vestía como una chica de los años 50, quizás con un toque vanguardista bastante selecto y generalmente de blanco. Solía llevar un moño un poco alto y perfectamente definido. Me encantaba que llevase moño, podía divisar con facilidad su cuello. Pero sin duda alguna, lo que más me gustaba de ella eran sus gestos. Tenía gestos que jamás había visto antes en nadie, cuando leía alguna noticia que no le gustaba en el periódico, fruncía el ceño y se mordía el labio inferior mientras se acariciaba los muslos con rapidez. Cuando le sabía amargo el café se rascaba tímidamente la cabeza con el dedo índice, arqueaba las cejas y apretaba los labios. La taza de café la cogía por abajo y aunque fuese diestra pasaba las hojas con la mano izquierda. Son cosas en las que se suele fijar la gente.
A veces pienso que es cosa del destino encontrarla allí, en esa sencilla cafetería de barrio, quizás viva cerca o trabaje por la zona, aunque si viviese en el barrio, lo sabría, ya que nos conocemos todos. Entonces si trabaja, me pregunto qué hará. Siempre pensé que las chicas como ella solo podrían hacer una cosa, amar.
To be continued...



