sábado, 3 de septiembre de 2011
Lluvia en septiembre.
Parece que se han puesto de acuerdo para bautizar la ciudad, dudando que tenga alguna inclinación religiosa. Tampoco decide sus habitantes, ni la gente que viene o la que se va. No creo que le importe que me esté mordiendo las uñas o que las gotas de rocío que se acumulan en mi ventana, alimenten el color anaranjado del óxido. Ahora se muestra impasible y sus aguas edulcuradas disfrazan la sensación de fatiga, producto de tanta hipocresía. Se dio por vencida, dice que se va a marchar para no volver jamás. Pero, ¿a dónde irán a parar ahora las ratas? ellas no deciden donde nacen.
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